Una religión singular

Antonio Barnés. Doctor en Filología. Profesor de la Facultad de Humanidades de Albacete.

Un modo de desconocer la realidad es generalizar. Decir, por ejemplo, que “todos los italianos son iguales” indica que, quien lo dice, conoce poco a los italianos. No ha comprobado las diferencias entre un veneciano y un napolitano, un boloñés y un florentino… Sería más exacto afirmar que cada italiano es único e irrepetible, aunque, lógicamente, posean rasgos comunes…

Un día como hoy, la Navidad, parece especialmente apropiado escribir sobre religión… Y por eso he querido comenzar fustigando las generalizaciones… Pues afirmar que “todas las religiones son iguales” viene a ser lo mismo que lo anterior: un modo de desconocer las religiones… Por ejemplo: es muy diferente creer en un Dios único y unipersonal, que en un Dios único y trino. Desde el Dios único puede pensarse en la soledad como en el summum de la perfección… Puede pensarse que vivir en sociedad, necesitar de los demás es algo ineludible, una carga que no hay más remedio que afrontar… Desde un Dios trino el planteamiento es el contrario: el individualismo no es el camino de la felicidad, sino la vida con y para los demás. Porque resulta que Dios es una interrelación cognitiva y amorosa de tres personas. En el marco de un Dios trino, el ideal de perfección no es la isla desierta con todas las comodidades posibles, sino la familia; donde lo decisivo no es que yo esté bien sino que todos estemos bien.

No son estas disquisiciones bizantinas. Para unos, Dios es lo “totalmente otro”. Para los cristianos, en cambio, una de las personas que “componen” Dios (tres), la segunda, sin dejar de ser Dios, se ha hecho hombre. No necesitamos hacer espiritismo ni consultar las vísceras de animales ni auscultar a una sacerdotisa en trance para saber qué piensa Dios. Porque resulta que Dios habla una lengua humana, con sujeto, verbo y predicado…

Otra diferencia: para los cristianos, la Biblia ha sido inspirada por Dios; para los musulmanes, el Corán ha sido dictado por Dios. La diferencia es abismal. La perspectiva de la inspiración incluye a la razón en el discernimiento de la fe. La del dictado la excluye.

Lo que celebramos hoy, la encarnación del Hijo de Dios, es completamente singular. Es inimaginable que Dios se haga hombre. Se ha imaginado muchas veces que un dios o una diosa se muestren con apariencia humana para comunicar un mensaje. Pero, que se haga realmente hombre supera cualquier capacidad imaginativa. Sencillamente porque supone un abajamiento incompatible con la definición de Dios. Por eso, el nacimiento del Niño Jesús, hijo de Dios encarnado, no puede ser un refrito mítico. Es, sencillamente, una revelación.

Publicado en la “La Tribuna de Albacete” el 27 de diciembre de 2014.

 

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